Las maletas estornudan al caer. Algunas cajas pesan más por los recuerdos que por el infinito material. La decisión es una sonrisa nerviosa y llena de dudas que viste una fabulosa valentía. Vaciar para llenar y con el equipaje completo, nada alrededor y todo por inventar.
Necesario doblar la ropa con destreza, tirar recuerdos, donar regalos, devolver objetos prestados y cerrar el libro que tantas veces escribí en esta habitación. Nada conmigo porque apenas encontré que guardar. Solo queda, quizás, llegar.
El adiós es un golpe seco al cerrar, cuando cierras por fuera los recuerdos; irremediable paso sin arrepentimientos. Sumergidos en un silencio de eterna incomodidad. Antes. Imagino el vacío de las paredes, es un eco lleno de nostalgia. El cielo, el mío, el nuestro y un día también el tuyo. El que me vigilo tantos aciertos y errores, hoy mudo, casi no llueve.
El avión es un barco de papel que desfilará veloz por las vías del tren; tiene un maletero perfecto en este viaje limitado. Compañeros anónimos de viaje con destino desconocido. La brújula, el reloj y mi corazón asustado. Mapas de carreteras sin rayas de tu mirada. Agárrate fuerte, salta al vacío, y no caigas. Acelera, hasta que la ciudad desaparezca.
Mírame una vez más y aprieta mis dedos con fuerza y echemos a volar sin ensayos. Detén el pensamiento, levanta el telón para dar paso a los dos.